Clara

Clara es la luna que se izaba deslumbrante en el despejado cielo nocturno de la ciudad. Clara también es una mujer extraña, entrada en la sexta década de su vida, una mujer poco agraciada de curtidos dientes y desgastados lentes que parecen haber sido aplastados por uno de esos pesados camiones de carga.

Clara no es su consciencia mientras llega al servicio vociferante, irracional, con las ideas laxas y extrañas. Hoy su cabello luce más enmarañado que la última vez, pareciera tornarse más cano con el paso de los días. Su padre, un hombre de avanzada edad le acompaña junto a su réplica casi exacta. Inicia su relato que parece casi fabricado, describiendo sucesos casi irreales de voces que nunca se escuchan, de soliloquios, de persistentes ideas instauradas en su mente; mientras que Clara deslumbra con su velocidad al producir palabras que en síntesis no dicen nada pero logran callar a su padre y a cualquiera que intente enfrentarle.

-¡Doctorcito! ¡Doctorcito! – exclama en su euforia habitual-. ¡Doctorcito! es que estoy por cumplir años y aún me preservo virgen. ¡Doctorcito! ¡Doctorcito! ¡Doctorcito!

Ahí iba un mar de sonidos que se escapan de su boca entre pequeñas partículas de lo que parece ser su saliva. El espacio se llenada de sus ensordecedoras palabras sin sentido o propósito alguno. Su relato se mueve entre historias de un pasado fantástico, de cuentos de hadas, pero traumático,en una realidad absurdamente creada en su inconsciencia.

Intentar calmarla se vuelve imposible y agotador. Parecían horas mientras ahí permanecíamos en el pequeño cuarto de entrevistas. Sus palabras se expanden de oriente a occidente frente a un pequeño escritorio marrón que me permite encender el ordenador, entre paredes de un raído verde ya acabado con el paso de los años. Frente a mi, en las sillas, se apoltronan Clara y su padre, en intentos de conseguir mi ayuda. Una nueva historia está por comenzar.

-¡Doctorcito! ¡Doctorcito! ¡Pero escúcheme! Queríamos hacer una fiesta pero mi papá no nos dejó. Por qué nosotras seríamos Ingenieras, Enfermeras, Doctoras. ¡Ay! ese ¡Doctorcito! ¡Doctorcito! Me ama, yo lo sé.

Asindesis, incoherencia, delirios de grandeza, crisis de llanto, crisis de locura eterna, así rezan mis notas mentales. Y así continúa la jornada que apenas inicia. Intentar escapar sería absurdo, nuevamente tendré que regresar a aquel lugar. La temperatura aumentaba, la tensión se hacía más accesible. El caos comenzaba a apoderarse de todos en el servicio. Una vez más, la poción mágica fue requerida.

En sala sus gemidos inundan el extenso pasillo. La algarabía, la risa sin motivo alguno, su anciano padre que pasea con todas sus drogas, ella poco clara, inquieta, indecisa, más allá de la incoherencia que le da su propia realidad, esa realidad extraña que la hace bonita, erótica, deseada y amada por otros, una realidad que es ajena a la mía, una realidad que nunca ha existido para nadie, una realidad que necesita de aquel elixir. Ahí retumbó entre sus sonidos, el temido uno más media inundó las paredes y el pasillo, que dio a esta pobre mujer la claridad momentánea. Ahí pues, descansa entre ojos cerrados sobre una camilla. El silencio se hizo posible.

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