F20.3

<<Piru-riru, piru-riru>>, son las primeras palabras que se difunden en los extensos pasillos del asilo durante la mañana. Provienen de una de las habitaciones del lugar. 20.3 reza un pequeño cuadro azulado con blanco ya demacrado y desvanecido por el tiempo. En su interior, dos camas color crema descascarado, ubicadas a cada lado, dan cuenta de la existencia de sus habitantes. La luz de la mañana se filtra parsimoniosa y mortecina a través de las raídas cortinas azul celeste envuelta en los ruidos atiborrantes de la ciudad. 

Su habitante es una mujer de cabellos negros densos, ondulados y descuidados. Su tersa piel clara data de una edad que se aleja del treinta pero no alcanza aún el cuarenta. Su vestido, que proviene de lo que otros dejan en el olvido intencional, se ciñe a su cuerpo de formas extrañas que parece a ella poco importarle, abultado hacia adelante, que por momentos se enrosca sobre sí, como esas pretenciosas persianas que se instalan en las lujosas oficinas de la ciudad. Su consciencia se debate entre las realidades que ella misma a creado para sí, al igual qué muchas de sus compañeros de piso, y las realidades que nosotros mismos hemos creado para ella.

<<¿Me das un poco de cafecito?>> singularmente son las palabras que se recalcan a diario en un discurso coherentemente bramado entre los sonidos guturales de nuestras más inquietas risas. Su obsesión la hace particular, pues para nosotros por momentos tierna, hilarante y angelical, y por otros, fiera, testaruda y peligrosa. 

El reloj digital de la estación marcan las 10 horas del día, y al momento, ella, se ha acercado innumerables veces a recitar sus pedidos: <<Dame cafecito con azúcar; ¡Ay! dame una hojaldrita>> mientras se aleja tras el rechazo con un corto «Piru-riru». Sus técnicas son claras, ser seductora y coqueta con aquellos que tienen lo que desea, ser dura y agreste con aquellos que se niegan a complacerla. Hasta que lo consigue. Toca la puerta, el consultorio se le abre y el público yace por un leve coqueteo, triunfante devora en un abrir y cerrar de ojos, los pocos mililitros que ha conseguido. 

Su sonrisa es de oreja a oreja, a pesar de sus dientes descuidados y desprolijos; dando cuenta de su gran triunfo, haciendo una oda a su gran hazaña, como diciendo ¡Me dí a mi crapulencia! pero lo que no sabe es que sus días de seducir han llegado a su fin. A lo lejos se retumban los sonidos de una sirena electrónica haciendo un conteo regresivo sobre los minutos que nos queda de su presencia. 

Un singular auto blanco con forma cúbica espera a las afueras. De él, un grupo de sujetos vestidos iguales descienden en una marcha casi similar, irrumpiendo los vientos propios del espacio. La toman, casi como una prisionera de una guerra imaginaria, de esas qué ella misma recrearía en su cabeza, una guerra imaginaria que en la tangible realidad le haría bramar sin censura: <<¡Policía! ¡Policía!>>,  <<Piru-riru, piru-riru>>, <<¿Me das un poco de cafecito?>>, <<¡Policía! ¡Policía!>>, <<Piru-riru, piru-riru>>. Pero en esta realidad le diríamos <<Paranoica>>, <<Loca>>, <<Necesita doscientos o trescientos de esto o de aquello>>, <<Ponle una inyección de las que nos da sueño y tranquilidad>>. Nuestra realidad es otra. No habrá más aquellos sonidos irrumpiendo nuestra efímera realidad, no habrá más aquellos inusuales pedidos de otras realidades paralelas. Se cierran las puertas, mientras el hule de las rudas deja pequeñas señas en el pavimento mientras a lo lejos desaparece. Ahí se fue ella.